Mis reflexiones a mano alzada

Mirando todo en conjunto —la ilusión de las nuevas añadas, el nacimiento de Veravier La Piedad, la vida del viñedo y el valor del suelo— me doy cuenta de que el vino no es solo un producto. Es un viaje, una forma de escuchar, de aprender y de compartir.

Cada botella que sale de la bodega lleva un pedazo de tierra, de tiempo y de historia viva. Pero, sobre todo, lleva algo mío: la convicción de que el vino, cuando nace de la honestidad, es capaz de emocionar y de unirnos con el lugar del que procede.

Mis vinos son paisajes que se convierten en sentimientos.”